Las piedras comenzaron respirando, exhalando la vida por la porosidad apretada de la dura piel. Y entre el cuerpo de las piedras, el cuerpo de la bailaora, naciendo o despertando. Casi desnuda comienza Rocío a aletear, a buscar la libertad del baile, como el pájaro que alza las alas recién alumbrado, con un instinto hambriento. La "Tremendita" y Gema Caballero la ayudan a desadormecerse entre pregones cálidos, hablando de las cadenas que unen y se arrastran, de las rocas que lastran e impiden alzar el vuelo. El ave ha nacido y ha dejado su silueta clavada entre las piedras del suelo.
Rocío solo usa un espacio cada vez, pero acabará usando todos los lugares escénicos. El pájaro sube al risco, mientras la pantalla nos cuenta historias a través de los ojos de las lechuzas, y Juan Antonio Suárez Cano colorea y da sombras al baile pausado de Rocío.
Desde el impulso de vestirse hasta la caída de una mano, todo lo que hace es danza. Y por cantiñas y mirabrás Rocío va desprendiéndose de lo innato para acatar lo asimilado, el baile como se espera que sea el baile. Como metáfora, un pequeño espacio, apenas una baldosa de madera que paulatinamente se va hundiendo en el suelo.
Y a pesar del espacio comprimido, Rocío crea un prodigio en el que baila con planta , punta y tacón, como obliga el canon. Pero al que añade el golpe a la madera que la oprime, la patada literal, no como figura flamenca, un nuevo sonido, una forma nueva. Y tras el prodigio decide sacar los pies del tiesto.
Cuando Rocio abandona la escena todo se queda en silencio, Cano y la "Tremendita" nos dan algo de aire hasta que la maravilla decide volver a las tablas en un banco giratorio. Y como quien dibuja un lienzo Rocío va pintando con los pies y con el cuerpo una partitura sorda a la que dan voz Vanesa Coloma y Laura González, tacones en mano. Remachando en las piedras los sonidos que los pies de Rocío evocan en los ojos. Cuando vuelve el silencio se libera el cuerpo, todo es tensión y relax girando sobre una nueva y menuda dimensión circular.
En la pantalla se reflexiona sobre el paso del tiempo, sobre la llegada de lo inevitable, mientras Gema canta "la dulce tiranía de la hermosura, que triunfa y avasalla, mas poco dura".
Hay también algo cinematográfico en la picaresca danza, cigarro en boca, que provoca la "Tremendita" en la bailaora, algo que acarrea rumores de blues oscuro y tiempos de jazz. Hay algo de la libertad que se exige en las letras de tangos, un tango tan soberbio en sus formas flamencas que disipa el recelo que cualquier espectador neófito pudiera tener sobre Rocío.
Tan desmedido es el baile que al cierre la concurrencia aplaude interrumpiendo la obra unos minutos, hechizados.
Rocío descubre que la silueta entre las piedras, la suya, era de un color más luminoso y que las alas siempre habían estado allí. Cuando las cien bombillas suspendidas de hilos rojos van bajando del cielo, sólo podemos escuchar el abanico aleteante. El revoloteo del pájaro que vuela libre.
Obviar el trabajo de puesta en escena de Carlos Marquerie sería casi una ofensa. El trabajo con la luz es uno de los mas bellos que estos ojos han visto. Y el ritmo dramático es tan palpable como oportuno.
Hablar solamente de buen quehacer en el reparto musical también sería un agravio, una labor sobresaliente por parte de un elenco oportunísimo para una ceremonia de este calibre.
Rocío abrió un itinerario muy exigente con "Oro Viejo" y ha escalado un peldaño más con su nueva propuesta.
Por el momento nos sigue haciendo observarla con pasmo.
Ficha:
Rocío Molina
Guitarras- Paco Cruz y Juan Antonio Suárez Cano.
Cante- Rosario Guerrero "La Tremendita" y Gema Caballero
Palmas- Vanesa Coloma y Laura Gonzalez.
Dirección escénica, escenográfica e iluminación- Carlos Marquerie.
El espectaculo fue un goce para los sentidos, leer esto sólo da ganas de volver al día de ayer una y otra vez
ResponderEliminarIncreíble la crítica... solo con haberla leído me muero de la pena de no haber estado anoche en ese teatro...
ResponderEliminarMu fuerte lo de esta niña, mu fuerte...
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