Dudaba ya en el tercer baile si hacer un artículo benevolente, a modo de crónica neutra, mirar para otro lado y no hacer sangre, escribir unas lineas y pasar a pensar en otras cosas. Pero una vez que salí del espectáculo, un compañero de la prensa me recordaba lo que yo mismo había escrito en el dia de ayer sobre Menese y Agujetas. Mi última frase decía “que no hace falta correr ni hacer ejercicios prodigiosos de velocidad para que el arte te meta el ombligo hacia dentro”. Me decía "no puedes hablar en un artículo sobre la maestría y después no contar al público que has visto precisamente lo que criticabas el día anterior".
Así que creo que es justo que exponga por qué no me ha gustado el espectáculo, brindando la posibilidad a quien lo desee de rebatir mi opinión.
José Maya y Alfonso Losa aparecen en el escenario rodeados por nueve personas vestidas completamente de negro y descalzas.
Por lo que va ocurriendo a continuación debo pensar que tal grupo venía a representar una suerte de coro griego con varias acciones drámaticas durante el “show”.
Detrás del grupo y los bailaores una pantalla proyecta imágenes de guerras, revueltas, pobreza y caras políticas conocidas: Fidel Castro, Obama, George Clinton Jr., Ernesto “Che” Guevara...
Tras unos momentos de confusión sonora con ruidos de toda índole, comienza a sonar un ritmo en tres por cuatro y ambos bailaores zapatean desenfrenadamente, a veces al unisono, a veces por separado, a veces cruzados, a veces descoordinados...
De aquí pasamos, sin mediar transición alguna, a una suerte de seguirillas en las que el baile, el marcaje clásico, brilla por su ausencia. Remates a discreción y giros como para cansar a un caballo de tiovivo. La conexión entre bailaores la suponemos, no hay miradas, no hay gestos que unan a ambos en el espacio.
Tras un número musical a cargo de una Mara Rey que no constaba ni en el programa de mano ni en el dossier de prensa, se escuchan quejíos en off de Enrique Morente, mezclados al estilo de “Omega” o “Pablo de Málaga” y los bailaores vuelven a una suerte de remates a compás de seguirillas.
La ronda de fandangos a cargo de los cuatro cantaores no estuvo mal en su ejecución vocal individual. Sin embargo, las caminadas descompasadas de cada uno de ellos por el escenario, y la descoordinación en las entradas a escena o en los cantes conjuntos, vinieron a aumentar la sensación de que nada de lo que ocurría sobre el escenario estaba justificado o medido.
Para la farruca, Alfonso decidió comenzar jugando con el sonido del bastón y el taconeo. Mientras ocurría ésto los guitarristas afinaban levantando sus instrumentos al oído, perfectamente iluminados para que pudiésemos ver el despropósito. Una vez que comienza el baile, en el momento en que Alfonso se despoja del bastón, vivimos los que fueron posiblemente los dos únicos minutos de baile flamenco clásico, con el madrileño bien plantado bailando amplio de piernas y brazos, concentrado en la expresión y corporizando trazos de farruca clásica. Muy bien en la quietud.
Pero un enlace musical y rítmico desastroso dio paso de nuevo a un desvarío en el que la farruca se tocó a tiempo de tangos primero y de rumbas para finalizar. El batiburrillo se desarrollaba tan solo en la parte derecha del escenario (vista desde el público), mientras que la otra mitad quedaba huérfana,ni músicos ni un triste giro que pasara por allí.
La soleá por bulerías podemos dividirla en una primera parte que hizo honor al palo, con un José Maya mejorando algunos aspectos, pero pecando de artificiosidad. Que un cantaor esté dejándose la garganta en una letra y el bailaor se esté colocando el pelo o abotonándose la chaqueta, es cuando menos algo desconsiderado.
El segundo segmento fue un despliegue de cierres, giros, remates y desplantes por bulerías de una duración exagerada.
El baile por soleá de Alfonso comenzó con un nuevo “número” del coro, andando a su alrededor y parando cuando el bailaor chasqueba los dedos o cuando directamente se lo decía de viva voz. Otra muestra de un trabajo no ensayado.
Alfonso tuvo otro minuto prodigioso en el que nos demostró que cuando se quiere parar y bailar sabe hacerlo y muy bien. Pero tras un par de letras se lanzó a otra vorágine de remates que tuvo su culmen y cenit en un momento en que cruzó los pies tantas veces seguidas, enredó tanto el cuerpo y se dio tantas palmadas en las piernas que perdió el cierre y se quedó en blanco en mitad del escenario. No le salió la pirueta.
En el número final José Maya,según el programa, “responde con una fusión de todos sus conocimientos flamencos, dando una clase magistral en la que todos los palos se funden para dejar lo mejor del artista sobre el escenario”.
Es decir, hizo cuatro letras de tangos, unos remates de bulerías y un remate a compás de seguirilla a una velocidad brutal. No exagero,es exactamente lo que hizo.
Las letras de tangos fueron, evidentemente, secuencias de pies infinitas ,giros y palmadas por todo el cuerpo.
Para poner punto y final los jaleos que se anunciaban fueron sustituidos por una canción por bulería y dos letras de bulerías de Jerez con otros mil remates y desplantes de los bailaores.
José Maya y Alfonso Losa estuvieron hora y media zapateando,con una energía y una velocidad que no se las salta un galgo, con un conocimiento del tres por cuatro y el cuatro por cuatro que nadie va a poner en duda. Pero en mi opinión solo bailaron flamenco unos seis minutos.
Usar audiovisuales, transiciones escénicas, caminadas o un coro de actores de expresión, conlleva que sepas hacerlo, obliga a que te hayas interesado en construir algo más que un cuadro flamenco al uso.
No vale tan solo con creer que poniendo imagenes de la guerra y la cara del Che ya se está reivindicando algo.
No vale pensar que por sacar a gente andando o corriendo en un escenario has creado una partitura física grupal.
No vale poner a andar a los cantaores para dar una tensión drámatica si no han entrenado cómo se entra y cómo se anda en un escenario.
Hasta el simple hecho de andar se entrena y prepara si se quiere poner en liza un espectáculo con unas pretensiones drámaticas, por muy ínfimas que estas sean. Con más razón en un Teatro Central, en la Bienal de Sevilla, escaparate flamenco a nivel internacional. No dar importancia a este trabajo es faltar el respeto a toda la profesión. Dar una imagen sesgada y pobre de lo que son las artes escénicas.
Que el tipo de baile que José Maya y Alfonso Losa ejecutan sea de mi agrado o no, es lo de menos.
El problema radica en dotar de contenido a algo en una rueda de prensa, creando unas expectativas insatisfechas sobre las tablas.
Ayer noche, salí enfadado del teatro, pensando que no quiero que le vendan al público que éste es el flamenco del futuro.
Sin base, sin verdad, un flamenco que sólo promueve zapatear a velocidad olímpica, saltar más que nadie o girar como un trompo.
Para escribir el futuro, hay que tener memoria, hay que respetar y dar valor a lo que se ha cantado, tocado y bailado.
Ése futuro le está costando sangre escribirlo a bailaores que, dentro o fuera de la ortodoxia, se preocupan por investigar cómo hay que estar en el escenario de un teatro.
La función de anoche fue un fin de fiesta pasado de rosca, de hora y media. Un despliegue de técnica mal aplicada y sin contenido.
El flamenco es mucho más grande que eso.
Ficha:
José Maya y Alfonso Losa
Guitarras- Pino Losada y Carlos de Jacoba.
Cante- David de Jacoba, Saul Quirós, Antonio El Pulga, Mara Rey
Percusión- Lucky Losada.
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