Belén Maya no ha tenido reparos en entregarse a comparar, diferir, igualar y compartir el baile. Se ha puesto frente al reluciente espejo que es Olga Pericet sin temor, con la sana intención de colaborar en pos de un objetivo superior. Y hay que agradecer la valentía, visto el magnífico resultado obtenido.
Nadie se arrime a mi cama,
que estoy etico de pena;
Y al que muere de este mal,
hasta la ropa le queman.
Olga, en oposición, baila radiante por muñeira gallega. El espejo distorsiona la imagen y contrapone las formas a los propios cantes.
Abandolando el cante y los tiempos reaparece Pericet, ataviada con bata de cola a bailar con todo el cuerpo, a expresar en cada gesto. Tensando el físico como un arco para disparar en la apertura de los puños. Verdiales primero y fandangos más tarde.
La réplica de Belén vino precedida de un trabajo de las sonantas de Jiménez y Patino exquisito. José Valencia le dio voz y pulso a las bulerías. Belén se arrimó al cantaor para bailarle en un palmo, llenando la escena casi sin moverse y trasladando las fuerza de la rectitud de los brazos a los remates casi esféricos. Contrastes, de un cuerpo afilado a la redondez absoluta. De la fiesta bulera a la soleá que resume la obra en las palabras del cante:
El espejo en que te miras
te dirá cómo tú eres;
Pero nunca te dirá
los pensamientos que tienes.
El esperado paso a dos esquivó las formas tradicionales, las coreografías simétricas y se centró en el reflejo expresivo y estampa plástica. Un juego estético que buscaba en la cola ajena la paridad imperfecta.
El ejercicio de antítesis absoluto vino en un cuadro en el que Valencia y Jiménez movían a Olga Pericet por seguiriyas, mientras que Patino y Jesús Corbacho hacían lo propio con Belén Maya, pero cambiando el tercio a guajiras. Sombra en el gris vestido de Pericet, cante y guitarra casi agarrados a las entrañas. Luz en el vuelo del abanico de Maya, casi insuflado por los aires de la voz y las cuerdas. La rigidez casi monacal enfrentada a la sensualidad que trataba de romper con las ligaduras y los nudos. La cabal unificó en su tonalidad las dos expresiones, poniendo tristeza y alegría en el mismo foco.
Para allanar el sendero hacia el final del espectáculo, el cante se articuló invirtiendo lo habitual, del tango de Corbacho al tiento de Valencia. Y Levante en la voz adecuada, la de Miguel Ortega.
Ficha:
Baile:
Belén Maya.
Olga Pericet.
Cante:
José Valencia.
Miguel Ortega.
Jesús Corbacho.
Guitarra:
Antonia Jiménez.
Javier Patino.
Texto:
Javier Prieto.
Fotografía:
Ángela Gentil.
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