miércoles, 6 de abril de 2011

Compañía Belén Maya. Bailes alegres para personas tristes. Martes 6 de Abril. Teatro Lope de Vega. Sevilla.


Hace ahora un año y poco que se presentaba en el Festival de Jerez este Bailes alegres para personas tristes. La crítica fue prácticamente unánime al calificar con notas altas el espectáculo y concediendo el Premio Revelación del Festival a Olga Pericet por su coprotagonismo con Belén Maya. Un año después, con la inclusión de José Valencia en sustitución de Juan José Amador en el reparto, la compañía aterrizaba en el Lope de Vega para mostrar el espectáculo al público sevillano y refrendar las buenas sensaciones que ha ido dejando en su recorrido.
Belén Maya no ha tenido reparos en  entregarse a comparar, diferir, igualar y compartir el baile. Se ha puesto frente al reluciente espejo que es Olga Pericet sin temor, con la sana intención de colaborar en pos de un objetivo superior. Y hay que agradecer la valentía, visto el magnífico resultado obtenido.

El espectáculo se articula desde la sensibilidad hacia los estado de ánimos de ambas bailaoras sobre las tablas, en un ejercicio de palíndromos en el que la tristeza de Maya se torna en la alegría que Pericet dibuja en el origen de la puesta en escena. Mientras, la bailaora cordobesa sufre el proceso contrario, de felicidad a quebranto. La lúgubre sonoridad de la muñeira  es la encargada de dar el pistoletazo de salida. Por cantiñas, Belén pasa silenciosa sobre las tablas haciendo oscilar la cola en una interpretación casi dramática de la angustia que la letra le dicta:
Nadie se arrime a mi cama,
que estoy etico de pena;
Y al que muere de este mal,
hasta la ropa le queman.
Olga, en oposición, baila radiante por muñeira gallega. El espejo distorsiona la imagen y contrapone las formas a los propios cantes.
Abandolando el cante y los tiempos reaparece Pericet, ataviada con bata de cola a bailar con todo el cuerpo, a expresar en cada gesto. Tensando el físico como un arco para disparar en la apertura de los puños. Verdiales primero y fandangos más tarde.
La réplica de Belén vino precedida de un trabajo de las sonantas de Jiménez y Patino exquisito. José Valencia le dio voz y pulso a las bulerías. Belén se arrimó al cantaor para bailarle en un palmo, llenando la escena casi sin moverse y trasladando las fuerza de la rectitud de los brazos a los remates casi esféricos. Contrastes, de un cuerpo afilado a  la redondez absoluta. De la fiesta bulera a la soleá que resume la obra en las palabras del cante:
El espejo en que te miras
te dirá cómo tú eres;
Pero nunca te dirá
los pensamientos que tienes.
El esperado paso a dos esquivó las formas tradicionales, las coreografías simétricas y se centró en el reflejo expresivo y estampa plástica. Un juego estético que buscaba en la cola ajena la paridad imperfecta.
El ejercicio de antítesis absoluto vino en un cuadro en el que Valencia y Jiménez movían a Olga Pericet por seguiriyas, mientras que  Patino y Jesús Corbacho hacían lo propio con Belén Maya, pero cambiando el tercio a guajiras. Sombra en el gris vestido de Pericet, cante y guitarra casi agarrados a las entrañas. Luz en el vuelo del abanico de Maya, casi insuflado por los aires de la voz y las cuerdas. La rigidez casi monacal enfrentada a la sensualidad que trataba de romper con las ligaduras y los nudos. La cabal unificó en su tonalidad las dos expresiones, poniendo tristeza y alegría en el mismo foco.
Para allanar el sendero hacia el final del espectáculo, el cante se articuló invirtiendo lo habitual, del tango de Corbacho al tiento de Valencia. Y Levante en la voz adecuada, la de Miguel Ortega.

Belén sonreía al final, mientras Olga quedaba etica de pena cuando de nuevo, las romeras de Cádiz se daban la mano con las muñeiras gallegas.


Ficha:

Baile:
Belén Maya.
Olga Pericet.


Cante:
José Valencia.
Miguel Ortega.
Jesús Corbacho.


Guitarra:
Antonia Jiménez.
Javier Patino.




Texto:
Javier Prieto.
Fotografía:
Ángela Gentil.

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